viernes, 23 de noviembre de 2012

La metedura de pata de Michael Richards.


Cuenta la anécdota que en cierta ocasión, en el club nocturno Laugh Factory, el actor Michael Richards, que interpretaba a Kramer en la serie Seinfeld, realizaba una actuación humorística para presentar el lanzamiento de la mencionada serie en DVD, cuando fue molestado por dos espectadores del público que, ajenos a la actuación, simplemente trataban de conseguirse una bebida.

Cuando Richards les dijo que se callaran los espectadores se defendieron diciéndole que “al fin y al cabo, su actuación tampoco tenía gracia”.

Richards, molesto, reaccionó de una forma poco elegante fijándose en el color de la piel de los espectadores que le había molestado y gritando “¡Negro!” en diversas ocasiones y haciendo comentarios tan desafortunados como “hace cincuenta años a estos negros les hubieran colgado boca abajo con un tenedor en el culo por interrumpir”. No contento con esto, concluyó su actuación (Ante la lógica indignación del público en general) diciendo “esto es lo que pasa cuando se interrumpe a un hombre blanco”.

La reacción al día siguiente de la comunidad afroamericana fue la de boicotear la edición en DVD de la serie, haciendo un llamamiento al público americano a que no la comprara.

Michael Richards, además de ser un brillante humorista, es conocido por tener un carácter irascible y difícil. Su compañera de reparto, Julia Louis Dreyfus, contaba en los extra de la mencionada serie la anécdota de lo mucho que Richards se enfadó con ella el día que, en el rodaje de una escena que ambos compartían, le resultó tan graciosa la actuación de su compañero que fue incapaz de aguantarse la risa (estropeando por tanto la escena y obligando a repetirla una y otra vez). Richards, orgulloso de su trabajo, reaccionó con ira al detalle de que su compañera lo estuviera estropeando todo el rato, hasta el punto que, lo que consiguió que la escena pudiese ser rodada por fin, fue el miedo de Dreyfus a que su compañero explotara contra ella.

Con esto quiero decir que yo no puedo determinar con seguridad si Michael Richards es un racista o simplemente una persona desagradable con un gran talento para ofender a los demás (O las dos cosas). Podría serlo, hay mucha gente en el mundo que desgraciadamente todavía tiene  prejuicios con la gente de otras razas y Michael Richards podría ser uno más, al menos sus desafortunados gritos en aquel plató de televisión son suficientes para plantearse la cuestión, pero aún así, lo que es decididamente cierto, es que no existen indicios para pensar de igual forma de Jerry Seinfeld, Julia Louis Dreyfus o Jason Alexander, sus compañeros de reparto, ni de Larry David, creador de la serie junto a Seinfeld, ni de ninguna de las personas que ayudaron a crear la serie y cuyo trabajo quedó plasmado en la misma y reflejado en esa colección en DVD que sería puesta a la venta en aquellos días.

Tampoco hay nada en la divertida serie que invite ni por un momento a pensar que su contenido tiene un aire racista, que hace apología de la segregación racial o resulte ofensivo para las minorías raciales (para empezar sus creadores, Seinfeld y David, son judíos).

Es por esto que considero injusto y desproporcionado el boicot a la serie solo por que Michael Richards perdiera los estribos en público y se dirigiera a un espectador con insultos racistas (lo que si encuentro adecuado es que el actor tuviera que declarar ante el juez y enfrentarse a cargos por presuntas injurias a los espectadores de color a los que insultó).

Muchas minorías en el mundo han ido comprendiendo por las malas que nadie de fuera del colectivo iba a interceder por ellos y que, si querían tener una voz en la sociedad, reivindicar sus derechos y conseguir acabar de una vez por todas de la exclusión social que sufrían, necesitaban unirse,  luchar y formar agrupaciones que cobraran fuerza en la sociedad de una forma o de otra. Esto vale para los afroamericanos, para los colectivos homosexuales, para los judíos, para los inmigrantes de cualquier nacionalidad e incluso para las mujeres. No vivimos en una sociedad justa y a veces hay que luchar para que lo sea.
Pero aunque realmente es importante y necesario que estos colectivos tengan y ejerzan la fuerza para luchar por sus derechos, también es cierto que muchas veces esa fuerza se ejerce sin la necesaria justicia y acaba siendo un abuso tan lamentable como el que el mismo colectivo ha sufrido en el pasado.

Francamente, no aplaudo la conducta de Richards, como pienso que nadie la debe aplaudir, pero seamos realistas: si eso es lo que piensa Michael Richards de la gente de color, nunca lo ha convertido en el tema de su obra ni lo ha transmitido públicamente en ninguna ocasión excepto en aquel plató de televisión. Su obra (que es lo que realmente importa de él, al menos a todos aquellos que no lo conocemos personalmente) no es racista ni ofensiva y no infringe ninguna ley ni norma de convivencia. Si realmente eso es lo que piensa Michael Richards, tiene todo el derecho del mundo a pensarlo (de igual forma que los consumidores tenemos el derecho a comprar o no su trabajo). No tiene derecho a insultar a nadie ni a hacer apología de una conducta racista (cosa que no hace) pero en su conciencia él es completamente libre de pensar lo que se le antoje y equivocarse cuanto quiera. La presión social contra su obra no va a hacerle cambiar de opinión y por el contrario perjudica a un gran número de personas e intereses comerciales que no están en sintonía con ese pensamiento racista que sólo se puede atribuir a Richards.

Boicotear la serie Seinfeld es solamente un gesto de poder, es una advertencia, como la de un matón de escuela “no vuelvas a decir nada parecido en público, o todavía te haremos cosas peores” y además advierte a cualquiera que se atreva algún día a hacer lo mismo de la suerte que puede correr.  No arregla nada, no sirve para evitar que existan personas racistas, ni corrige ninguna injusticia en el mundo, no ayuda a que la gente de color de estados Unidos disfrute de sus derechos o deje de vivir en guetos, sólo es un gesto de fuerza.

No me gusta vivir en la era de lo políticamente correcto. Michael Richards no debería haber dicho lo que dijo, pero perjudicarle a él y a la gente que ha trabajado con él no va a cambiarlo. Las demostraciones de fuerza rara vez hacen otra cosa que justificar las posiciones que las originaron y crear otras demostraciones de fuerza más desagradables aún y, hacer callar a Richards por medio de la fuerza, que no dé la razón, solo sirve para que no haya comentarios racistas en la televisión aunque, sin duda, si los hay en la intimidad de miles de ciudadanos en todo el mundo. Personas que tiene una conducta miserable sin que nadie haga nada por corregirles. A fin de cuentas, las acciones de fuerza lo único que han conseguido es que ni Michael Richards ni ningún otro racista miserable vuelva a meter la pata en público.


Dexter, el superhéroe.






Me refiero a la serie de televisión  de 2006 creada para Showtime y protagonizada por Michael C. Hall, basada en las novelas de Jeff Lindsay.
Para el que no la conozca, narra las aventuras de un asesino en serie que trabaja como forense para la policía de Miami.

Valoraciones generales aparte, en Dexter se ha de reconocer la habilidad de sus creadores para conseguir que un personaje tan desagradable (un asesino psicópata) nos resulte lo  suficientemente simpático como para engancharnos a la pantalla para saber que sucede con su vida episodio tras episodio. Es en esta particularidad en la que quiero centrarme, porque sirve para apoyar el argumento de la cabecera del artículo.
Seguramente los creadores de Dexter (tanto literaria como televisivamente) no se han basado en los comics de superhéroes para dar sentido a su personaje, pero sí que han llegado a las mismas conclusiones que, por ejemplo, aquellos creadores que se han dedicado a dotar de sentido a Batman, Superman, Spiderman u otros personajes similares a lo largo de sus andaduras particulares.

Para empezar, si Dexter no resulta un individuo demasiado desagradable (en una obra de ficción, se entiende que alguien así, en la vida real, nos parecería muy distinto), es porque sus víctimas son siempre culpables. De algún modo, como cualquier justiciero al uso, Dexter ayuda a su comunidad eliminando a ciertos elementos perjudiciales para ella. Se asegura que sus víctimas son culpables (son asesinos como él mismo), y entonces los captura, los asesina y los hace desaparecer. La actitud de Dexter es incluso bondadosa en momentos cotidianos, utilizando su astucia para ayudar a su hermana policía a ascender en la comisaría o encargándose de una forma poco convencional de los problemas de su novia.

Para llevar a cabo estas acciones de justiciero, Dexter no tiene otro remedio que actuar de la misma forma que lo hacen Superman o Batman, esto es, llevando una doble vida. Aunque Dexter no lleva ningún disfraz de colores, lo que si lleva es un disfraz psicológico con el que se oculta de todas aquellas personas que lo conocen y que no sospechan a que se dedica por las noches. Para engañar a los demás y proteger su actividad criminal, Dexter finge ser completamente distinto a como es en realidad, justo como Superman cuando finge ser Clark Kent. Lo cierto es que el engaño de Superman y Kent no es, como se ha interpretado muchas veces, que unas simples gafas oculten un rostro hasta tales extremos, sino que la actitud pusilánime, tímida y apocada de Kent consigue que ninguno de sus conocidos sea capaz de imaginarse, ni por un momento, que tienen delante al hombre mas poderoso de la tierra.
Eso mismo hace Dexter, es un chico agradable, bondadoso y simpático ¿Quién podría pensar que es un asesino en serie?

Uno de los argumentos recurrentes de la serie es la posibilidad de ser descubierto, de que su secreto salga a la luz. Esto es algo que sucede constantemente en los comics de superhéroes: Spiderman, Daredevil,  Superman… en cierto momento de la vida literaria del hombre de acero, la amenaza de que Lois Lane consiguiera descubrir su identidad secreta primaba por encima de la lucha contra el mal como argumento que interesara a los lectores.
Como los superhéroes y justicieros, Dexter posee también capacidades que le permiten llevar a cabo sus actividades con éxito. Es un gran detective, un experto en anatomía y en procedimientos forenses; es hábil capturando y sometiendo a sus víctimas e incluso tiene un método propio para asesinarlas y hacerlas desaparecer. La cosa, en la serie, se hace tan teatral, que incluso adquiere su propia iconografía de poder: si los justicieros de los comics poseen su propia iconografía: el murciélago, la bandera americana, la araña o incluso el diablo, para Dexter es la sangre (se supone que es hematólogo de profesión). La cosa va a tanto que llega a decir en muchas ocasiones que “la sangre le habla”, colecciona como trofeo una muestra de sangre de sus víctimas y es la sangre la que adquiere una importancia literaria en sus aventuras: la abundancia de ella o la falta de la misma; de hecho su “nacimiento” como asesino en serie tiene lugar en una escena del crimen, rodeado de sangre.

Dexter tiene también (dentro de su teatralidad) su propio ritual para perpetrar sus asesinatos: el papel film para sujetar a su víctima, el corte en la mejilla para conseguir la sangre que luego será su trofeo, el mostrar a la victima fotografías de las personas que ha asesinado, hacerles confesar, establecer un instante de sinceridad absoluta entre él y su víctima… El espectador ya sabe lo que va a pasar, a base de ver una y otra vez el mismo ritual, en ese momento, del mismo modo que sabemos cómo va a hacer Batman su entrada o su salida ondeando su capa como si de verdad fuera un murciélago o como va a dejar  Spiderman colgados a los maleantes derrotados tras una pelea, colgados del techo en un amasijo de telaraña, listos para que los encuentre la policía.
Incluso disfruta de adversarios especialmente caracterizados que, además de ser capaces de hacerle daño físicamente, pueden llegar a dañarlo emocionalmente. Es el caso del “villano” de la primera temporada ( del cual no voy a hablar demasiado por si alguien no la ha visto). No se trata solamente de un asesino al que Dexter ha de matar, es su némesis, un enemigo que tiene que ver con él mismo mucho más de lo que podría aventurarse en un principio (lo mismo sucede en la segunda y tercera temporada, donde se le atribuye una amante y un amigo, respectivamente, siendo realmente adversarios terribles por que pueden dañarle, no físicamente, sino de forma emocional).

Pero lo que probablemente lo sitúa a la par de cualquier superhéroe tradicional con mayor fuerza, es que siempre gana. Sus actos, aunque tienen consecuencias, nunca son las que tendrían que ser. Siempre se sale de rositas eludiendo la responsabilidad de su conducta criminal como los justicieros, que son al fin y al cabo vigilantes sin autorización legal para ejercer su particular justicia, consiguen una y otra vez.

Me imagino que muchos pensareis que, al contrario que muchos superhéroes, Dexter no se puede considerar, precisamente, un modelo moral a seguir (Que no es como para darle un comic de Dexter a un niño para que se entretenga y aprenda de paso aprenda a ser más cívico) (¿Existen cómics de Dexter?), pero si lo piensas ¿vestirse de murciélago y pegarle a la gente es un ejemplo a seguir? Por favor…

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Derechos de autor.





En 1922, F.W. Murnau estrenó su película, Norferatu, que no sólo es una de las grandes películas de la historia del cine, sino una de las mejores (por no decir la mejor) adaptaciones cinematográficas de la novela de Bram Stocker, Drácula.
Pero la viuda del escritor no lo vio así y denunció a Murnau por plagio.
Al parecer, Murnau no pudo pagar (o no quiso) los derechos de adaptación de la novela del escritor británico, e incluso se anticipó, en un intento de zafarse de la acusación que más tarde vertería sobre su película la viuda de Stocker, llamando al protagonista de su film “Conde Orlok” en lugar de “Conde Drácula”, pero eso no le salvó y la justicia falló a favor de la viuda del escritor. En la sentencia, el juez  incluyó la orden de destruir todas las copias existentes del film así como la prohibición de su exhibición en salas comerciales.
Si alguien no siente un escalofrío ante este descomunal disparate, quizá es mejor que no continúe leyendo.
Hay algo decididamente siniestro y equivocado en el hecho de que la propiedad intelectual sea una mercancía que se puede vender, comprar y heredar, como una casa o un dinero en el banco. A fin de cuentas estamos hablando de ideas y ¿Qué es una idea? ¿De dónde salen las ideas?
Nuestra sociedad considera que las ideas originales tienen un valor y que aquellos que las han tenido tienen el derecho a aprovecharse de ello. Así pues, tanto si se trata de la patente de un invento como de una obra artística, se entiende que esas personas tienen derecho a recaudar el dinero que sus ideas produzcan, pero ¿de dónde han salido esas ideas? Imaginemos, por ejemplo, a un ingeniero que inventa un nuevo tipo de sistema de frenos para el automóvil, lo patenta y gana dinero cada vez que este nuevo sistema se fabrica. Indudablemente han sido sus esfuerzos los que han servido para desarrollar ese nuevo sistema de frenos ¿o no ha sido así?
Los seres humanos somos unos animales muy interesantes. Cualquier especie animal salvaje cuyo entorno vital cambie, va a necesitar evolucionar para adaptarse a esas nuevas condiciones si no quiere extinguirse. El ser humano ha desarrollado la inteligencia, que no es otra cosa que la capacidad de alterar ese entorno en el que vive para adaptarlo a sus necesidades, ya no necesita cambiar: si hace demasiado frío inventa ropas de abrigo, refugios complejos y sistemas de calefacción; si una tierra no tiene las condiciones de producir cultivos para alimentarse, pueden exportarlos de otro sitio o fabricar invernaderos o cambiar el terreno para que sea adecuado. Pero aún hay más: a diferencia de los animales salvajes, el ser humano se beneficia de la experiencia previa de generaciones anteriores; si cada vez somos capaces de realizar avances científicos, arquitectónicos y  sociales más complejos, es porque acumulamos  el conocimiento de los que nos precedieron y podemos continuar sus obras allí donde ellos las dejaron.
De modo que, nuestro inventor del sistema de frenos, el que cobra de su patente y se beneficia de “su idea”, consiguió desarrollar su invento gracias a todos los inventores anteriores de sistemas de freno que le precedieron, incluyendo el primer tipo que se dio cuenta de que podía poner una piedra delante de la rueda que, acabada de inventar, era muy útil para mover mercancías de un lado a otro pero que también hacía del rudimentario carro un objeto peligroso si se dejaba en un plano inclinado (cuantas cosas estaban descubriendo nuestros antepasados que ahora damos por hechas…).
Bram Stocker escribió Drácula, pero se basó en acontecimientos históricos y en las historias de vampiros que la tradición popular había estado contando durante generaciones antes que él, y sin pagar un céntimo por ello.
Pero en realidad me estoy yendo por las ramas porque, en definitiva, esto no va de Bram Stocker, de quien yo opino, tenía todo el derecho de decidir qué es lo que se tenía o no que hacer con su obra. Fue su viuda la que denunció a Murnau, y para mi, ese es el eje del problema que yo veo.
Los que leemos comics de superhéroes estamos acostumbrados a la circunstancia de que la mayor parte de los personajes sobre los que leemos no pertenezcan a las personas que los crearon.  Superman no es propiedad de Jerry Seagle y Joe Shuster (Las personas que se lo inventaron) sino de Warner Entertaiment, los propietarios legales del personaje, por que el dibujante y el escritor que crearon a Superman, lo hicieron bajo circunstancias contractuales muy especificas, bajo las cuales todos los derechos acerca del personaje pertenecían a la compañía en la que estaban trabajando.
Las leyes de protección de la propiedad intelectual no sirven para proteger la propiedad intelectual, porque no sirvieron para proteger a Jerry Siegel y Joe Shuster, que fueron los que tuvieron la idea, ni a Stan Lee y Steve Ditko, que fueron los creadores de Spiderman. Estas leyes se crearon cuando alguien debió darse cuenta de que las ideas eran algo muy poderoso y valioso, de modo que, si se podían comprar barcos, casas, extensiones de terreno o mercancías ¿Por qué no hacer lo mismo con las ideas?
En mi humilde opinión, hasta cierto punto, Bram Stocker tenía todo el derecho a decidir si quería que Murnau hiciera una película sobre su novela y a cobrar dinero por ello, pero no su viuda, que no había tenido nada que ver con la redacción de Drácula (al menos que sepamos), del mismo modo, esas supuestas leyes deberían servir, precisamente, para haber protegido a Seagle y Shuster, independientemente de lo que hubiesen firmado, y que la propiedad de Superman hubiera sido indiscutiblemente suya porque a ellos se les ocurrió el personaje.
Y también deberían haber servido para proteger la magnífica obra de Murnau. Puedo entender una sentencia que obligara al director a pagar a la viuda de Stocker un alto porcentaje por cada moneda que recaudara la película, pero destruir las copias… prohibir su exhibición… de una obra tan sobresaliente… Eso si que es un crimen.