En 1922, F.W. Murnau estrenó su película, Norferatu, que no
sólo es una de las grandes películas de la historia del cine, sino una de las
mejores (por no decir la mejor) adaptaciones cinematográficas de la novela de
Bram Stocker, Drácula.
Pero la viuda del escritor no lo vio así y denunció a Murnau
por plagio.
Al parecer, Murnau no pudo pagar (o no quiso) los derechos
de adaptación de la novela del escritor británico, e incluso se anticipó, en un
intento de zafarse de la acusación que más tarde vertería sobre su película la
viuda de Stocker, llamando al protagonista de su film “Conde Orlok” en lugar de
“Conde Drácula”, pero eso no le salvó y la justicia falló a favor de la viuda
del escritor. En la sentencia, el juez incluyó
la orden de destruir todas las copias existentes del film así como la
prohibición de su exhibición en salas comerciales.
Si alguien no siente un escalofrío ante este descomunal
disparate, quizá es mejor que no continúe leyendo.
Hay algo decididamente siniestro y equivocado en el hecho de
que la propiedad intelectual sea una mercancía que se puede vender, comprar y
heredar, como una casa o un dinero en el banco. A fin de cuentas estamos
hablando de ideas y ¿Qué es una idea? ¿De dónde salen las ideas?
Nuestra sociedad considera que las ideas originales tienen
un valor y que aquellos que las han tenido tienen el derecho a aprovecharse de
ello. Así pues, tanto si se trata de la patente de un invento como de una obra
artística, se entiende que esas personas tienen derecho a recaudar el dinero
que sus ideas produzcan, pero ¿de dónde han salido esas ideas? Imaginemos, por
ejemplo, a un ingeniero que inventa un nuevo tipo de sistema de frenos para el
automóvil, lo patenta y gana dinero cada vez que este nuevo sistema se fabrica.
Indudablemente han sido sus esfuerzos los que han servido para desarrollar ese
nuevo sistema de frenos ¿o no ha sido así?
Los seres humanos somos unos animales muy interesantes.
Cualquier especie animal salvaje cuyo entorno vital cambie, va a necesitar evolucionar
para adaptarse a esas nuevas condiciones si no quiere extinguirse. El ser
humano ha desarrollado la inteligencia, que no es otra cosa que la capacidad de
alterar ese entorno en el que vive para adaptarlo a sus necesidades, ya no
necesita cambiar: si hace demasiado frío inventa ropas de abrigo, refugios
complejos y sistemas de calefacción; si una tierra no tiene las condiciones de
producir cultivos para alimentarse, pueden exportarlos de otro sitio o fabricar
invernaderos o cambiar el terreno para que sea adecuado. Pero aún hay más: a
diferencia de los animales salvajes, el ser humano se beneficia de la
experiencia previa de generaciones anteriores; si cada vez somos capaces de
realizar avances científicos, arquitectónicos y
sociales más complejos, es porque acumulamos el conocimiento de los que nos precedieron y
podemos continuar sus obras allí donde ellos las dejaron.
De modo que, nuestro inventor del sistema de frenos, el que
cobra de su patente y se beneficia de “su idea”, consiguió desarrollar su
invento gracias a todos los inventores anteriores de sistemas de freno que le
precedieron, incluyendo el primer tipo que se dio cuenta de que podía poner una
piedra delante de la rueda que, acabada de inventar, era muy útil para mover
mercancías de un lado a otro pero que también hacía del rudimentario carro un
objeto peligroso si se dejaba en un plano inclinado (cuantas cosas estaban
descubriendo nuestros antepasados que ahora damos por hechas…).
Bram Stocker escribió Drácula, pero se basó en acontecimientos
históricos y en las historias de vampiros que la tradición popular había estado
contando durante generaciones antes que él, y sin pagar un céntimo por ello.
Pero en realidad me estoy yendo por las ramas porque, en
definitiva, esto no va de Bram Stocker, de quien yo opino, tenía todo el
derecho de decidir qué es lo que se tenía o no que hacer con su obra. Fue su
viuda la que denunció a Murnau, y para mi, ese es el eje del problema que yo
veo.
Los que leemos comics de superhéroes estamos acostumbrados a
la circunstancia de que la mayor parte de los personajes sobre los que leemos
no pertenezcan a las personas que los crearon.
Superman no es propiedad de Jerry Seagle y Joe Shuster (Las personas que
se lo inventaron) sino de Warner Entertaiment, los propietarios legales del
personaje, por que el dibujante y el escritor que crearon a Superman, lo
hicieron bajo circunstancias contractuales muy especificas, bajo las cuales
todos los derechos acerca del personaje pertenecían a la compañía en la que
estaban trabajando.
Las leyes de protección de la propiedad intelectual no
sirven para proteger la propiedad intelectual, porque no sirvieron para
proteger a Jerry Siegel y Joe Shuster, que fueron los que tuvieron la idea, ni
a Stan Lee y Steve Ditko, que fueron los creadores de Spiderman. Estas leyes se
crearon cuando alguien debió darse cuenta de que las ideas eran algo muy
poderoso y valioso, de modo que, si se podían comprar barcos, casas,
extensiones de terreno o mercancías ¿Por qué no hacer lo mismo con las ideas?
En mi humilde opinión, hasta cierto punto, Bram Stocker
tenía todo el derecho a decidir si quería que Murnau hiciera una película sobre
su novela y a cobrar dinero por ello, pero no su viuda, que no había tenido
nada que ver con la redacción de Drácula (al menos que sepamos), del mismo
modo, esas supuestas leyes deberían servir, precisamente, para haber protegido
a Seagle y Shuster, independientemente de lo que hubiesen firmado, y que la
propiedad de Superman hubiera sido indiscutiblemente suya porque a ellos se les
ocurrió el personaje.
Y también deberían haber servido para proteger la magnífica
obra de Murnau. Puedo entender una sentencia que obligara al director a pagar a
la viuda de Stocker un alto porcentaje por cada moneda que recaudara la película,
pero destruir las copias… prohibir su exhibición… de una obra tan
sobresaliente… Eso si que es un crimen.
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