Los estudiosos del comic norteamericano suelen señalar la
llegada de los Cuatro Fantásticos como una revolución dentro del género de
superhéroes, un antes y un después con respecto a todo cuanto se había visto
hasta entonces, además de una gran obra en sí misma que se tardaría mucho en
superar (Realmente estoy de acuerdo en eso).
A menudo se señala
que, para empezar, los Cuatro Fantásticos no eran un grupo de superhéroes
normal y corriente: no tenían identidad secreta, llevaban todos el mismo
disfraz y sus historias estaban llenas de conflictos personales. Hoy en día es
una cosa habitual que los protagonistas de una historia de aventuras tengan
problemas que resolver distintos a los que se derivan de sus objetivos como héroes
o heroínas (Detener al villano, salvar al mundo, desactivar una bomba… ese tipo
de cosas), las historias suelen incluir un interés romántico, problemas de
relación con otros personajes, conflictos no superados y otros detalles acordes
a nuestra propia vida cotidiana. Se entiende que, ya que en la realidad todos
tenemos muchos más problemas que simplemente los que proceden de realizar
nuestro trabajo, para ser verosímiles los personajes de ficción han de ser
igual. Pero al parecer, antes de la llegada de los Cuatro fantásticos, no era
así. Los superhéroes no tenían más problemas que los quebraderos de cabeza que
les causara el villano de turno o la dificultad que procedía de proteger a
cualquier precio sus identidades secretas.
Pero aunque esto es verdad (Y fue todavía más importante en
el caso de Spiderman) pocas veces se señala que existía otra característica en
los Cuatro Fantásticos que superaba (y en cierto modo aún hoy supera) a la que
pudiera existir en cualquier otro superhéroe creado hasta ahora.
La historia de Los Cuatro Fantásticos narra cómo cuatro
personas (Reed, Sue, Ben y Johnny), en su mayor parte familia (Sue y Johnny son
hermanos y Reed es la pareja de Sue), se suben a una nave espacial para
realizar un viaje a la luna (O a Marte, dependiendo que traducción leas).
Cuando están saliendo de la tierra chocan con el cinturón de rayos cósmicos que
rodea nuestro planeta y se estrellan contra la Tierra. Al llegar al suelo,
descubren que los rayos cósmicos les han proporcionado fantásticos poderes, así
que deciden utilizar esos poderes para ayudar a la humanidad.
A partir de entonces se cuenta, además de los
enfrentamientos con una imaginativa galería de adversarios, que Reed es un
científico obsesivo con su trabajo, altruista hasta el desmayo y que siempre
tiene la solución a cualquier problema; que Sue es una persona intuitiva y
valerosa y que se siente como una madre protectora con el resto del equipo; que
Ben tiene un gran corazón pero al mismo tiempo es depresivo y autocompasivo; y
que Johnny es impulsivo y bromista y quiere a Ben por encima de los demás, lo
que demuestra gastándole las bromas más pesadas que se le ocurren.
Y ahí es donde está la principal revolución que surge de los
Cuatro Fantásticos, algo que hasta entonces no se había visto en los comics de
superhéroes, algo que solamente se puede denominar como madurez argumental.
Resulta que hasta el momento los superhéroes habían sido un disfraz y unos
poderes. Salvo en los casos de Superman y Batman (personajes algo más complejos
y maduros) no tenía demasiada importancia quien llevara el anillo de Green
Lantern. Lo realmente importante era el disfraz y los poderes (y en la década
de los 60 el genial contexto de ciencia ficción que le atribuyeron). De ese
modo, cuando fue necesario renovar al personaje, el anillo pasó de ser llevado
por Alan Scott (en los 40), a Hal Jordan (en los 60 y más adelante), John
Stewar en los 70 y luego Guy Gardner y Kyle Rayner. Lo mismo ha sucedido con
Flash. Primero fue Jay Garrick, luego Barry Allen y después Wally West. Tal vez
Bart Allen vista el traje escarlata cuando Wally deje de ser un personaje que
interese a los lectores y haya que renovarlo.
Pero esto no sucede con los Cuatro Fantásticos. Realmente no
tiene ninguna importancia los poderes que tengan (aunque formen parte de sus
aventuras), podrían tener otros distintos y seguirían siendo ellos mismos. La
esencia de los Cuatro Fantásticos es, precisamente, lo que son sin tener sus
poderes especiales (aunque es una condición indispensable que Ben tenga un aspecto
monstruoso).
Imaginad por un momento que el accidente con los rayos
cósmicos hubiera dado a Reed, no la capacidad de estirar su cuerpo, sino la de
mover objetos con la mente; que Ben, en lugar de convertirse en un monstruo de
aspecto rocoso, se hubiese transformado en una suerte de hombre dinosaurio; que
en lugar de adquirir la capacidad de producir llamas desde su carne, Johnny
hubiera adquirido el poder de moverse a supervelocidad; y que Sue, en lugar de
adquirir el poder de hacerse invisible, hubiera adquirido la facultad de crecer
o disminuir de tamaño a voluntad. Evidentemente no realizarían sus proezas
heroicas de la misma forma, pero seguirían siendo los mismos personajes, con
sus conflictos y problemas.
La letanía habitual de Stan Lee sobre “superhéroes con
superproblemas” y “superhéroes con pies de barro” no es mas que una mirada miope ante el potencial de su propia creación. A decir verdad, Stan
Lee y Jack Kirby no estaban creando un nuevo tipo de superhéroe, sino que
estaban dando a sus personajes una dimensión más madura propia de lectores más
exigentes que los niños a los que el género iba dedicado originalmente.
La siguiente revolución vendría entonces unos diez años
después, en el comic X-Men.
Aunque X-Men había sido creado en la misma década que los
Cuatro fantásticos, no fue hasta los años 70 que alcanzó el potencial
argumental que realmente tenía. Los personajes del comic original no tuvieron,
al parecer, el mismo atractivo que los Cuatro fantásticos y nunca fueron un
título de éxito, pero en los 70 el reparto de personajes fue renovado por un
grupo mucho más carismático (Y mucho más comercial). Exactamente como en el
caso de los Cuatro fantásticos, Wolverine, Colossus, Storm o Nightcrawler
tenían una dimensión propia al margen de sus disfraces y superpoderes (aunque,
tal y como corresponde a la era del diseño, fueran estos mucho más importantes
de lo que lo fueron en su momento para los Cuatro Fantásticos).
Gracias al esfuerzo del guionista Chris Claremont y los
dibujantes Dave Cockrum y John Byrne, se presentó a un reparto de personajes
con sus propias idiosincrasias, sus propios conflictos y sus problemas al
relacionarse, como en su día los Cuatro fantásticos, pero eso era solamente el
principio. Por primera vez en la historia del género los personajes cambiaban,
evolucionaban. Wolverine pasaba de ser un pendenciero de mal carácter a relacionarse con una niña
de trece años (Kitty Pryde), en una correlación parecida a la de padre e hija;
Storm pasaba de ser una defensora de la vida, espiritual y profunda, a vestir
pieles de animales, cortarse el cabello a la moda punk y tener una actitud
mucho más beligerante; Colossus podía pasar de ser el novio perfecto, fiel y dulce,
a enamorarse de otra mujer y romper con Kitty, haciéndoselo pasar realmente
mal.
A este tipo de personajes, en literatura, se denomina “personajes redondos” y significa que, en el
transcurso de la historia, el personaje cambia y evoluciona del mismo modo que
sucede en la realidad durante la vida de las personas. Hasta entonces, los
superhéroes de los comics habían sido en su mayoría personajes planos. Es
decir, que pasara lo que pasara en su vida siempre eran iguales, inmutables.
Esto es un problema en el mundo de los superhéroes, por que
en principio están pensados para ser siempre iguales, de forma que funcionen
como franquicia produciendo dividendos a lo largo de sus lucrativas andaduras.
Los esfuerzos por hacer que Spiderman funcionara como un personaje redondo
dieron muy buenos frutos. Contemplamos como pasaba de estudiar en el instituto
a la universidad, como iba de una novia a otra, incluso con trágicas consecuencias
en el caso de Gwen Stacy y finalmente, se casaba con Mary Jane. Incluso como
cambiaba una temporada de uniforme. Pero el personaje debía permanecer inmutable
pese a todo si quería seguir siendo el mismo que había originado la franquicia.
Por eso pasó todo aquello de la guerra del clon y que un clon de sí mismo (O lo
que sea) lo sustituyera durante un tiempo.
Superman, probablemente uno de los superhéroes más planos de
todos, recibió muy mal los esfuerzos por hacerlo un personaje redondo. No
funcionó que se casará con Lois Lane ni que cambiara de uniforme y poderes
durante un tiempo, o que se dejara el pelo largo, ni tan solo que lo mataran
(De mentirijillas). Lo único que funcionó fue que lo dejaran exactamente como
estaba, icónico e inmutable, como siempre ha sido.
Una década después de la llegada del nuevo equipo de X-Men
se daría otra revolución que pasaría en cierto modo desapercibida en un género
como el comic de superhéroes, cuya naturaleza consiste precisamente en todo lo
contrario.
Me refiero a la llegada de Watchmen.
Se ha hablado mucho de lo que significó este comic para el
género de superhéroes por muchos factores que ahora mismo no vamos a repetir
aquí, pero un detalle pasó seguramente desapercibido frente a todos los demás
ricos matices de la obra (también muy importantes) pero que al mismo tiempo
constituye la tercera revolución que estamos buscando.
Me estoy refiriendo a que los personajes de Watchmen
presentan las dos características que anteriormente hemos señalado que
introdujeron los Cuatro fantásticos y los X-Men: primero el peso del personaje
por encima de los detalles de su uniforme y poderes, el valor como personajes
en sí mismos; luego el ser redondos, la capacidad para cambiar y evolucionar a
lo largo de la historia. Pero en Watchmen, además, se daba una tercera
condición que hasta ahora se había visto poco o nada dentro de los comics de
superhéroes, la temporalidad.
La historia narrada en Watchmen abarca desde los años
treinta hasta los ochenta y está debidamente situada en los acontecimientos
históricos que tuvieron lugar mientras tanto, como la segunda guerra mundial,
la guerra de Viet Nam, el asesinato de Kennedy, la subida al poder de Nixon o
de Fidel Castro en Cuba. Los superhéroes muy rara vez envejecen, tienen hijos
que crezcan o se relacionan con los acontecimientos históricos de la realidad.
Superman tendrá siempre alrededor de treinta años (Salvo en aquellas historias “imaginarias”
en las que se habla del futuro) y personajes que comenzaron sus andaduras
siendo adolescentes (Como Spiderman o Dick Grayson) han acabado alcanzando una
edad simbólica de treinta y pocos y quedándose allí; Los hijos de superhéroes,
como Franklin Richards, han crecido unos ocho años de edad en treinta años de
historias. Otros, como Rachel Summers, han viajado como bebés al futuro para
regresar adultas al presente porque esa era la única forma de que crecieran en edad
en el universo de superhéroes en el que vivían. Y en cuanto a los
acontecimientos históricos, es posible que la Segunda Guerra Mundial marcara a
toda una generación de superhéroes en los años cuarenta, pero el único
superhéroe relacionado con la guerra del Viet Nam es Punisher, que regresó de
la misma como veterano una vez se hubo acabado (una vez que la guerra fue
historia pasada) a pesar de que personajes como el Capitán América, Spiderman,
Batman o Green Lantern vivieran sus aventuras al mismo tiempo que dicha guerra
tenía lugar.
Pero tanto si los personajes son planos o redondos, tanto si
envejecen con el transcurso del tiempo o permanecen con la misma edad como les
sucede a los protagonistas de los Simpson y tanto si son unos poderes y un
disfraz o tienen peso como personajes por sí mismos, la verdadera revolución
argumental consiste en encontrar nuevos temas que tratar a la hora de contar
historias. La lucha entre el bien y el mal, tan adecuada para un género como el
de superhéroes, tan simbólico y lleno de metáforas, ha sido el tema principal
en 70 años de historia. Si los autores que trabajan con este tipo de personaje
no pretenden estancarse ¿no es acaso una buena idea que sean capaces de contar
otro tipo de cosas?